El doble misterio de Quevedo: su extraña muerte y la vergonzosa pérdida de sus restos
El poeta falleció aquejado de una rara enfermedad en Villanueva de los Infantes
¿Por qué hay dos tumbas de Francisco de Quevedo?
Hallan un inédito furioso de Quevedo contra el abuso de poder del conde-duque de Olivares

El odio quedó patente; casi se masticaba. Esta misma semana, ABC ha informado de que dos investigadores españoles han hallado en los Archivos Nacionales de Francia un texto inédito de don Francisco de Quevedo en el que arremetía contra el Conde-Duque de Olivares. Un canto en defensa de don Fadrique Álvarez de Toledo, al que el valido de Felipe IV odiaba, y que el poeta escribió durante la última parte de su vida. Días en los que se había retirado a Villanueva de los Infantes, en Ciudad Real, y pasaba las horas escribiendo misivas en las que narraba a sus familiares y amigos el dolor que le provocaba la extraña enfermedad que acabó por costarle la vida.
Extraña enfermedad
Francisco de Quevedo, autor tan mordaz como hiriente en ocasiones –díganselo a Góngora–, pasó sus últimos días de vida en el convento de Santo Domingo de Villanueva de los Infantes. Eligió este municipio al sureste de Ciudad Real por su belleza y su tranquilidad, y no era para menos. «Por todos es conocido que se retiró de la corte a su señoría, en el cercano pueblo de Torre Juan Abad, a finales del año 1644. El deterioro de su persona y un delicado estado de salud le llevó a pedir auxilio al convento de los dominicos de Villanueva de los Infantes, villa que debió conocer bien», explica a ABC Miguel Ángel Díaz Brazales, coordinador de la 'Plataforma Campo de Montiel Histórico - Origen del Quijote'.
El experto español sostiene que el popular escritor «se instaló en una celda conventual dominica en abril de 1645, donde escribió sus últimos versos y permaneció al cuidado de los padres dominicos». Allí, vivió acompañado de una enfermedad que acabó con él de forma lenta e irremediable. Para colmo, el camino hacia el Paraíso lo recorrió solo, alejado de unos amigos a los que, por otro lado, escribía de forma recurrente explicándoles sus desvelos. «Habitado todo mi cuerpo de muerte, aún vivo; incapaz de oír y de dictar lucho con la muerte. El domingo pasado abrí la apostema postrera; ¡ha sido tanta la materia que estos tres días ha salido!», indicó aquellas jornadas.
Afirman en sus ensayos expertos como el lingüista estadounidense James O. Crosby que, para Quevedo, aquellos pasos hacia el fin fueron muy dolorosos. El mal que le aquejó ha sido uno de los grandes enigmas de la historia, aunque investigadores como Fernando Vázquez Valdés, director del Laboratorio de Medicina del HUCA y catedrático de Microbiología de la Universidad de Oviedo, defendió hace menos de un año la tesis de que padeció una espondilitis infecciosa u osteomielitis vertebral, un mal que afecta a vértebras y espacios intervertebrales y que es conocido como la enfermedad o mal de Pott. Los síntomas, sostiene por su parte el anglosajón, han quedado negro sobre blanco en las misivas escritas sus últimos años de vida.
Así continuó el escritor hasta que murió el 8 de septiembre de ese mismo año. El fin de su vida no terminó con el enigma de la enfermedad, pues, a diferencia de a otros personajes como Felipe IV o el Conde-Duque de Olivares, los médicos no le hicieron autopsia a su cuerpo. «Fue enterrado directamente en la cripta de la familia del Busto en la Iglesia de San Andrés Apostol de Villanueva de los Infantes», añade Díaz Brazales. O eso se creía.
Misterio óseo
A partir de entonces comenzó una nueva locura. Los restos permanecieron en dicho templo hasta 1796, cuando fueron mezclados por error con los de otros difuntos y se disgregaron por aquí y por allá. Aquello fue su perdición. El féretro quedó olvidado hasta que, en 1868, y con motivo de la creación de un Panteón Nacional en Madrid, los supuestos huesos fueron trasladados hasta la capital en espera de ser enterrados en el nuevo edificio. La supuesta urna que los custodiaba volvió una vez más a Villanueva de los Infantes cuando se canceló la construcción. El enésimo viaje. Y allí fue guardada hasta que, en la década de los treinta del siglo siguiente, los expertos informaron de que todo aquello era un pufo.
Los verdaderos restos de Quevedo no fueron hallados hasta 1995, cuando una serie de obras en la Iglesia Parroquial de San Andrés desvelaron una nueva cripta, la de Santo Tomás. En ella había una suerte de fosa común que albergaba decenas de huesos. Los estudios posteriores descubrieron que algunos de ellos, una decena, se correspondían con los del autor. La cojera que sufría los delató. El resto, como se suele decir, es historia. Historia de Villanueva de los Infantes, donde hoy descansan.
Hubo que esperar más de setenta años para resolver el enigma. Miguel Ángel Díaz Brazales recuerda aquella jornada. «Tuve el privilegio de ser testigo del evento con tan solo diez años. Enterraron de nuevo los huesos». También recuerda ver cómo los expertos sacaban los verdaderos restos de una fosa común excavada en la iglesia cercana. «Así conocí la cripta de Santo Tomás, de donde fueron extraídos por el equipo de medicina legal de la Universidad Complutense de Madrid», explica a ABC. Aquella imagen le marcó tanto que, en la actualidad, los enclaves relacionados con el autor de 'El Buscón' son un elemento central de la 'Ruta de los patios'; un evento que roza casi una decena de ediciones y que, en sus palabras, busca poner en valor el patrimonio de Villanueva de los Infantes.
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